Ahí afuera el mundo desaparece bajo un manto de niebla hambrienta de luces austeras, de farolas tenues en pueblos pequeños; de sonidos, de destellos, de estrellas colgadas de viejos recuerdos.
De olores, pues se traga el humo de cocinas y fuegos y los mezcla con su propia esencia para hacerse más grande, más densa, más alta.
Y en mi ventana, una polilla agarrada al cristal, quizá luchando por llegar a la única luz que alcanza a ver.
Y en mi cama me agarro al pensamiento de que quizá pueda soñar durmiendo en vez de hacerlo despierto, pues hacerlo con los ojos abiertos denota anhelo o deseo, y no tengo más deseo que dejar de desear.